domingo, 27 de enero de 2013

Ligera Rebelión en Madison


Ligera Rebelión en Madison
J.D. Salinger
The New Yorker, Diciembre 21 1946




En las vacaciones de la Escuela Preparatoria Pencey para hombres ("Un instructor por cada diez estudiantes"), Holden Morrisey Caulfield solía llevar un abrigo Chesterfield y un sombrero con un borde cortante en la "V" de la corona. Mientras viajaba en los autobuses de la Quinta Avenida, las chicas que conocían a Holden pensaban a menudo que lo veían caminar por Saks' o Altman o por Lord & Taylor, pero por lo general era alguien más.

Este año, las vacaciones de Navidad de Holden en la Preparatoria Pencey se dieron al mismo tiempo que las de Sally Hayes en la Mary A. Woodruff School para mujeres ("Especial Atención a las interesadas en el Arte Dramático"). En las vacaciones de Mary A. Woodruff, Sally solía ir sin sombrero y llevaba un abrigo mink nuevo azul cromático. Mientras paseaba en la Quinta Avenida, los muchachos que conocían a Sally a menudo pensaban que la veían caminar por Saks' o Altman o por Lord & Taylor. Por lo general era alguien más.

Tan pronto como Holden llegó a Nueva York, tomó un taxi a casa, dejó caer su Gladstone
 en el recibidor, besó a su madre, arrojó el sombrero y el abrigo en una silla accesible, y marcó el número de Sally.

“¡Ey! dijo él por el micrófono. ¿Sally?”

“Sí. ¿Quién es?”

“Holden Caulfield. ¿Cómo estás?”

“¡Holden! ¡Estoy bien! ¿Tú cómo estás?”

“Estupendo,” dijo Holden. “Escucha. ¿Por cierto, cómo estás? Me refiero a ¿Cómo va la escuela?”

“Bien,” dijo Sally. “Digo...ya sabes.”

“Estupendo,” dijo Holden. “Bien, escucha. ¿Qué vas a hacer esta noche?”



Holden la llevó esa noche al The Wedgwood Room, ambos vestidos, 
Sally llevaba su nuevo conjunto turquesa. Bailaron demasiado. El estilo de Holden eran unos pasos largos y lentos, de ida y vuelta, como si estuvieran bailando sobre una alcantarilla abierta. Bailaron mejilla a mejilla, y cuando sus caras se volvían pegajosas por el contacto, no le molestaba a ninguno de los dos. Fue un tiempo largo entre las vacaciones.

Hicieron una cosa maravillosa en el taxi camino a casa. Dos veces, cuando el taxi se detuvo en el tráfico, Holden se cayó de la silla.

"Te amo", le juró a Sally, quitando su boca de la de ella.

"Oh, mi amor, yo también te amo", dijo Sally, y agregó con menos pasión, "Prométeme que vas a dejar que tu pelo crezca. Los cortes militares son cursis".



El día siguiente fue un jueves y Holden llevó a Sally a la matinée de "O Mistress Mine", que ninguno de ellos había visto. Durante el primer descanso, fumaban en el vestíbulo y con vehemencia ambos estaban de acuerdo de que los Lunts
 eran maravillosas. George Harrison de Andover, también estaba fumando en el vestíbulo y reconoció a Sally, como ella esperaba que lo hiciera. Los habían presentado una vez en una fiesta y no se habían vuelto a ver desde entonces. Ahora, en el vestíbulo del Empire, se saludaron con el gusto de dos que podrían haber tomado baños juntos cuando eran niños pequeños. Sally preguntó a George si no pensaba que el espectáculo era maravilloso. George se dio un espacio para su respuesta, cruzando los píes, uno detrás del otro como señora. Dijo que la obra en sí ciertamente no era obra maestra, pero que los Lunts, por supuesto, eran ángeles absolutos.

“Ángeles,” pensó Holden. “Ángeles. Por el amor de Dios. Ángeles.”

Después de la matinée, Sally le dijo a Holden que tenía una excelente idea. “Vamos a patinar sobre hielo al Radio City esta noche.”

“Muy bien,” dijo Holden. “Seguro.”

“¿Lo dices en serio?” dijo Sally. “No lo digas al menos que lo digas en serio. Quiero decir que no me importa un comino, si vamos o no vamos.”

“No,” dijo Holden. “Vamos. Puede que sea divertido.”



Sally y Holden eran terribles patinadores sobre hielo. Los tobillos de Sally tenían una manera dolorosa e impropia de colapsarse el uno contra el otro, y Holden no era mucho mejor. Esa noche había por lo menos cien personas que no tenían nada mejor que hacer que ver a los patinadores. 

“Vamos a la mesa y tomemos algo,” Holden sugirió de pronto.

“Es la idea más maravillosa que he escuchado en todo el día,” dijo Sally.

Se quitaron los patines y se sentaron a la mesa en la caliente sala interior. Sally se quitó sus guantes rojos de lana. Holden empezó a encender fósforos. Los dejaba prendidos hasta que no podía sostenerlos más, después aventaba lo que sobraba dentro del cenicero.

“Mira,” dijo Sally, “Tengo que saber..¿Vas o no vas a ayudarme a poner el árbol de Navidad?”

“Claro,” dijo Holden, sin entusiasmo. 

“Digo, tengo que saber,” dijo Sally.

Holden se detuvo repentinamente de encender fósforos. Se inclinó hacia delante sobre la mesa. "Sally, ¿alguna vez te has hartado? Quiero decir, ¿alguna vez has estado tan asustada de que todo va a salir mal a menos que hagas algo?"

“Claro,” dijo Sally.

“¿Te gusta la escuela?” Holden inquirió.

“Es un aburrimiento terrible.”

“Digo, ¿la odias?”

“Bueno, no la odio.”

"Bueno, yo la odio", dijo Holden. "¡Carajo!, ¡qué sí la odio! Pero no es sólo eso. Es todo. Odio vivir en Nueva York. Odio los autobuses de la Quinta Avenida, y los autobuses de la Avenida Madison, y salir por las puertas del centro. Odio el cine de la Calle Setenta y Dos, con esas nubes falsas en el techo, y ser presentado a tipos como George Harrison, y bajar en el ascensor cuando quieres salir, y los chicos ajustándose los pantalones todo el tiempo en Brooks.” Su voz se volvió más alborotada. "Ese tipo de cosas. ¿Sabes lo que quiero decir? ¿Sabes una cosa? Tú eres la única razón por la que vine a casa estas vacaciones."

“Eres dulce,” dijo Sally, deseando que cambiara de tema.

“¡Carajo!, ¡Odio la escuela! Debes de ir algún día a una escuela para hombres. Todo lo que haces es estudiar, y hacerles creer que te importa si el equipo de fútbol gana, y hablar de chicas y ropa y licor, y...” 

“Ahora, escucha,” interrumpió Sally. “Muchos muchachos obtienen más que eso de la escuela.”

“Estoy de acuerdo,” dijo Holden. “Pero eso es todo lo que obtengo 
yo de ella. ¿Lo ves? Eso es lo que te quiero decir. No entiendo nada de nada. Estoy en mala forma. Estoy en una pésima forma. Mira, Sally. ¿Cómo te gustaría que lo soltara? Aquí está mi idea. Tomaré prestado el coche de Fred Halsey y mañana por la mañana vamos a conducir hasta Massachusetts y Vermont, y por allí, ¿ves? Es hermoso. Digo, es maravilloso por allá, lo juro por Dios. Nos quedaremos en esas cabañas de campo y cosas por el estilo hasta que mi dinero se acabe. Tengo unos ciento doce dólares conmigo. Entonces, cuando el dinero se acabe, voy a conseguir un trabajo y vamos a vivir en un lugar con un arroyo y cosas así. ¿Sabes lo que quiero decir? te lo juro por Dios, Sally, vamos a tener un rato fantástico. Luego, más adelante, nos casaremos o algo así. ¿Qué dices? ¡Vamos! ¿ Qué dices? ¡Vamos! Vamos a hacerlo, ¿eh?"

“Simplemente no puedes hacer algo así,” dijo Sally.

“¿Por qué no?” Holden preguntó en tono agudo. ¿Por qué demonios no?”

“Porque no puedes,” dijo Sally. “Simplemente no puedes, eso es todo. Supongamos que se acaba el dinero y no consigues trabajo...¿Entonces qué?”

“Conseguiré trabajo. No te preocupes por eso. No te tienes que preocupar por algo así. ¿Qué es lo que sucede? ¿No quieres ir conmigo?”

“No es eso,” dijo Sally. “No es eso en absoluto. Holden, tenemos mucho tiempo para hacer todas esas cosas...todas esas cosas. Después de que vayas a la universidad y nos casemos y todo eso. Habrá montones de lugares maravillosos para ir.”

“No, no los habrá,” dijo Holden. “Será totalmente diferente.”

Sally lo miró, la había contradicho demasiado rápido.

“No será lo mismo para nada. Tendremos que bajar en elevadores con maletas y esas cosas. Tendremos que hablarle a todo el mundo y decirles adiós y mandarles postales. Y tendré que trabajar con mi padre e ir a la Avenida Madison en autobús y leer el periódico. Tendremos que ir todo el tiempo a la Calle Setenta y Dos y ver noticiarios. ¡Noticiarios! Siempre hay una estúpida carrera de caballos, o una dama rompiendo una botella en un barco. No entiendes en realidad lo que quiero decir.

“Tal vez no lo haga. Tal vez tu tampoco lo hagas,” dijo Sally.

Holden se levantó, se echó los patines sobre un hombro. "Me irritas demasiado", anunció bastante desapasionado.



Poco después de media noche, Holden y un muchacho gordo, poco atractivo de nombre Carl Luce, se sentaron en el bar Wadsworth, bebieron escocés con soda y comieron papas fritas. Carl era también de la Preparatoria Pencey, y era el líder de la clase. 

“Oye, Carl,” dijo Holden, “Eres uno de esos chicos intelectuales. Dime algo. Supongamos que estás harto. Supongamos que te estás volviendo completamente loco. Supongamos que quisieras dejar la escuela y todo lo demás e irte lejos de Nueva York. ¿Qué es lo que harías?”

“Beber,” dijo Carl. “Al demonio con eso.”

“No, estoy siendo serio,” Holden declaró.

“Siempre tienes alguna falla,” dijo Carl, se puso de píe y se fue. 

Holden siguió bebiendo. Bebió nueve dólares de escocés y soda, y a las 2 A.M. camino desde el bar a la pequeña antesala, donde había un teléfono. Marcó tres números antes de llegar al correcto.

“¡Hola!” Holden gritó dentro del teléfono.

“¿Quién es?” inquirió una voz fría.

“Soy yo, Holden Caulfield. ¿Puedo hablar con Sally por favor?”

“Sally está durmiendo. Habla la Señora Hayes. ¿Por qué estás llamando a estas horas, Holden?”

“Quiero hablar con Sally, Señora Hayes. Es demasiado importante. Póngala al teléfono.”

“Sally esta durmiendo, Holden. Llámala mañana. Buenas noches.”

“Despiértela. Despiértela,¿eh? Despiértela, Señora Hayes.”

“Holden,” dijo Sally, al otro lado al final del cable. “Soy yo. ¿Cuál es la idea?”

“¿Sally? ¿Sally, eres tú?”

“Sí. Estás borracho.”

“Sally, Iré para Navidad. Cortaré el árbol para ti. ¿eh? ¿Qué dices? ¿Eh?”

“Sí, ahora ve a dormir. ¿Dónde estás? ¿Quién está contigo?”

“Cortaré el árbol por ti, ¿eh? ¿Qué dices? ¿Eh? ¿Está bien?”

“¡Sí! ¡Buenas noches!”

“Buenas noches. Buenas noches, Sally bebé. Sally cariño, corazón.”

Holden colgó y se quedó cerca del teléfono por cerca de quince minutos. Entonces puso otra moneda en la ranura y marcó el mismo número otra vez.

“¡Hola!” gritó por el micrófono. “Quiero hablar con Sally, por favor.”

Hubo un chasquido mientras el teléfono se colgó, y Holden colgó también. Se puso de pie tambaleándose por un momento. Luego se dirigió al baño de hombres y llenó uno de los lavabos con agua fría. Sumergió su cabeza hasta las orejas, después de lo cual caminó, goteando, al calefactor y se sentó sobre él. Se sentó allí contando los cuadrados en el suelo de baldosas mientras el agua chorreaba por su rostro y por la parte posterior de su cuello, empapando el cuello de la camisa y la corbata. Veinte minutos más tarde el pianista del bar fue a peinar su cabello ondulado.

"Hola, muchacho!" Holden le saludó desde el calefactor. "Estoy en la silla eléctrica. Encendieron el interruptor para mi. Me estoy friendo".

El pianista sonrío.

“¡Hombre, si que sabes tocar!” dijo Holden. “En realidad sabes tocar el piano. Deberías de salir en la radio. ¿Sabes qué? Eres terriblemente bueno, muchacho.”

“¿Quieres una toalla, amigo?” preguntó el pianista. 

“Yo no,” dijo Holden.

“¿Por qué no vas a casa, chico?”

Holden sacudió la cabeza. “Yo no,” dijo él. “Yo no,”



El pianista se encogió de hombros y regresó el peine de dama a su bolsillo interior. Cuando salió del baño, Holden se levantó del calefactor y pestañeó varias veces para dejar correr las lágrimas de sus ojos. Luego se fue al guardarropa. Se puso su abrigo Chesterfield sin abotonar y se puso el sombrero en la parte posterior de su cabeza empapada.

Sus dientes castañeteaban con violencia, Holden se detuvo en la esquina y esperó por el autobús de la Avenida Madison. Fue una larga espera.




Nota: Si lo quieren en archivo PDF, den clic en la siguiente liga.





1 comentario:

  1. Entonces es una parte del guardián entre el centeno, sólo que fue publicada antes y de ésta partió el libro. ¿No?

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