domingo, 20 de enero de 2013

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Las luces de la noche iluminaban mi rostro, parecía como si aquel haz me quisiera llevar por el tiempo. No me preocupaba tanto, sabia que si seguía por aquel camino, mi historia seguiría justo dónde la había dejado. Las imágenes del tiempo parecían detenerse. No me importaba, sabía que el cielo quemaría un agujero a un lado de mi cama y posiblemente me llevaría a un lugar mejor. 

     Aquella señal me llevó al exterior de dónde me encontraba. Me hizo traspasar al exterior de un momento a otro, sentía que aquel lugar inhóspito que había dejado, había hecho que me liberara de mis penas pasadas. Mi rostro parecía estar triste a pesar de todo, mis ojos que se reflejaban en el cielo lo podían decir claramente. Por un momento hubiera deseado no haber dejado mi casa, y que aquella tristeza se la tragara mi cama mientras me postraba en ella y me ocultaba bajo las sábanas. Ahora parecía un sonámbulo que trataba de no caer en cada paso que daba en el exterior. 

     Al salir, el tiempo se movía tan lento que podía tocarlo. Las líneas delgadas que se dibujaban en el aire pálido se podían quebrar al sonido de mi voz. No se podía decir que articulaba oraciones completas, eran simplemente palabras aleatorias. No sabía lo que significaban del todo, podía decir: “El verdadero peso del amor”, “Vivir es un problema, todo se muere”, “Otro corazón muerde el polvo”, “Oscuridad se mi amiga”. Después de pensar por un momento que podían significar aquellas frases, pude comprender que la mayoría de ellas se referían a mis momentos pasados, a todo lo que iba dejando atrás, simplemente por el hecho de caminar y dejar que la oscuridad me rodeara. 

     Las voces parecían perderse en el inmensa soledad. Las luces de las casas permanecían encendidas pero sólo para aparentar que no están abandonadas. El sonido se movía lo suficientemente lento que podía tocar el tiempo. Seguía caminando, no podía pensar el porqué no podía evitarlo, era uno de esos momentos dónde pensaba en que lo que hacía no iba a funcionar, y tenía que asegurarme de que funcionara en verdad. Esta vez decidí seguir adelante, cazando en los muros que me rodeaban todos aquellos momentos que me habían hecho ser infeliz en mis últimos años. 

     La luna estaba tan pesada, que difícilmente podía poner mi mirada en ella. No la podía sostener. Pero nadie la mira, así es como se mantiene. La noche era cálida y en los árboles crecían hojas nuevamente. Respiraba en aquel nuevo aire, respiraba en la vida. Nadie podía decirme que aquellos fueron los días, que aquellos días que golpeaba mi cabeza en las paredes había sufrido o había sido feliz. Eso nadie lo podía saber. Eso es lo que veo mientras rezo.

     Seguí caminando por las oscuras calles, me perdía en mi juventud. Mis ojos preocupados miraban al frente, las luces de la ciudad bañaban mi rostro. Debajo del manto de la noche, caminaba sin rumbo aparente, sentía una ligera brisa a mi al rededor, como si un río se encontrara cerca, pero no había tal cosa cerca de mi, con lo único que podías darte cuenta que había un ligero aire era cuando te entraba polvo en el ojo. Mostraba mis manos, y tenía la sensación de que me volvía el hombre invisible. Tenía todo el mundo para esconderme, pero no era necesario. 

     Los reflectores de la ciudad me sostenían. Los faros de la carretera me jalaban. Nadie los apagaba, así que los seguía. Nadie apagaba mis sentidos de la forma en que el mundo lo solía hacer. Dejé que las luces me siguieran guiando a través del tiempo. El infierno en mi interior parecía congelarse a cada paso que daba. El miedo por encontrar algo nuevo desaparecía mientras la confianza aumentaba, hasta que llegó el momento en que no debía de hablar ni de guardar silencio, simplemente estar. 

     Sabía que esta cualidad no volvería otra vez. Totalmente abrumado por la nada, comparando la calma con el dolor para decir que ahora estoy perfecto. El camino llegaba a su final, y la luz me guiaba al interior de una habitación. Después de tanto caminar había llegado al final del camino, aún no amanecía, así que entré a la casa que contenía aquella habitación, por lo que se podía ver, no había alguna señal de vida, tampoco se podía sentir. Revisé las habitaciones, una a una para cerciorarme de que me encontraba solo. La casa resultaba como cualquier otra, tenía muebles, que por el olor, parecía que estaban llenos de polvo y que tenía tiempo sin haber sido habitada. No me atrevía a encender el candil para tener la imagen completa de la casa, prefería que los demás sentidos me indicaran todo lo que tenía que saber de aquel lugar. Llegué a la habitación final, justo dónde la luz me había guiado todo ese tiempo, me acerqué a la cama que se encontraba dentro de la habitación, me recosté en ella, cerré los ojos por un instante, no fue mucho tiempo, tal vez nueve segundos, sentí como la tierra se movía debajo de mi. No era un temblor, o un tren que pasaba a un lado de la casa dónde me encontraba. Tal vez simplemente haya sido un reflejo de que había cerrado los ojos y me estaba quedando dormido, pero no lo quería hacer. 

     Antes de que cerrara mis ojos una vez más, sentí que alguien más estaba en la habitación, la habitación no era tan oscura como para saber todo lo que había en ella, la luz que entraba por la ventana iluminaba lo suficiente la habitación. Miré todo el cuarto hasta que pude ver la silueta de alguien entrando por la misma puerta que instantes antes había cruzado. La silueta era de una mujer, llevaba una bata blanca, y parecía como si me hubiera estado esperando todo este tiempo. No sabía porque no la había visto o sentido desde el primer momento en que crucé la puerta de la casa. Nuestros ojos se encontraron en aquella oscuridad. No era porqué los alcanzara a distinguir desde dónde me encontraba, sino porqué las miradas parecían encontrarse en aquel punto de luz y de tiempo. 

     “Entra” le dije. Ella entraba en su bata blanca, el rostro se veía más claro, hasta que por fin estuvo frente a mi. Su rostro no parecía reflejar emoción alguna. Simplemente se detuvo frente a la cama y me siguió mirando. Recordé el titulo de un libro: “Let The Right One In”, así que abrí más mis ojos y deje que entrara hasta el fondo de mi ser. “Acércate a la cama”, susurré. Traté de quitarme la cabeza, que era justo dónde ya estaba, pero no pude. “estás justo aquí, creo que has estado siempre aquí”, le dije mientras señalaba mi cabeza. Ella seguía sin decir nada. “Ven, recuéstate a mi lado” insistí. Se acostó a mi lado, y los dos, como un par de niños miramos hacía el techo. No sé cuanto tiempo lo miramos, hasta que por fin los dos nos volteamos y quedamos de frente. Nuestros ojos se unían otra vez. La luz y el tiempo ya no parecían ser problema. Nos abrazamos tan fuerte, que era como si de la fuerza dependiera todo lo que sentíamos, y si lo hacíamos con la suficiente fuerza, siempre nos querríamos. Su rostro daba a mi pecho, así que podía escuchar la manera en que latía mi corazón. El amor infinito por fin consumado.




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