jueves, 24 de enero de 2013

Una Película


Había pasado mucho tiempo desde que tuve algo que se pudiera llamar un amigo. Los rastros de la infancia y la juventud habían quedado atrás. Pudieron haber hecho una película sobre nosotros. La película hubiera estado basada en un libro escrito por alguien que conocíamos o inclusive por nosotros. El libro tendría un argumento muy sencillo, narraría las semanas que pasamos en la ciudad donde crecimos y sería en su mayor parte una descripción fiel. Lo habrían catalogado de ficción pero sólo habrían o habríamos modificado unos pocos detalles, no se habrían cambiado nuestros nombres y no habría nada en él que no hubiera sucedido. Por ejemplo, era cierto que por las noches de octubre, a parte de emborracharnos por las noches y mirar la luna llena, habíamos visto películas snuff, una de esas grabaciones sádicas de violencia en directo, en una habitación de Japón, y que después de verla, yo me asomaba a la ventana con vista al Panteón donde el autor trataba de consolarme asegurándome que los gritos de los niños torturados eran fingidos, pero sonreía mientras lo decía y tenía que volverle la espalda. Otros ejemplos: era cierto que nos habían tratado de engañar en otras facultades de la universidad diciendo que nuestra vida ya estaba escrita y que yacía en un libro, pero que en ese libro aún existían hojas en blanco que había que llenarlas con experiencias propias, y que esas experiencias serían las que nos enriquecerían y nos convertirían en la persona que mirábamos cada mañana en el espejo, como si todo pudiera ser tan fácil como el nace-crece-y se reproduce. Hubiera preferido soñar que mi novia (que en ese momento era un sueño de verdad), había atropellado un coyote en los cañones más abajo del Ajusco, y en dado caso de que pudiera ser cierto, hasta podría narrar una cena de Nochebuena en algún restaurante fino con mi familia y hubiera permitido que el autor la hubiera dejado fielmente descrita las escenas de dicha noche sobre el papel. La vida es más fácil en el papel, y también más difícil de creer. Tal vez, en otras de aquellas vivencias, en el libro sólo se registraría sólo una vaga resistencia por mi parte y no lograría describir con exactitud lo que sentí realmente aquellas noches que pasamos juntos: el shock, el miedo que me producía la gente; un chico marginado del que se había medio enamorado de la forma en que vivía. El hecho de que siempre que le gustaba una chica, el escritor del libro se encargaba de romperle el corazón al chico, después de que el escritor las conquistara con sus ejercicios de retórica y dialéctica, y las chicas después ignorarán al chico porqué no parecía demasiado inteligente y  se reducía a alguien demasiado jodido de la cabeza por no poder expresarse con claridad, y sin embargo, el escritor nunca las correspondería porque estaba demasiado absorto en su propia pasividad para crear el vínculo que se necesitaba que lo demás le dejaba de importar momentos después, y aún así siempre teníamos que acudir el uno al otro. Pero para entonces ya era demasiado tarde, y como al escritor le molestaban ciertas cosas acerca de mí, me convertí en el narrador atractivo (para contar la historia), y aturdido, incapacitado para el amor o la bondad. Así fue como me convertiría en el joven calavera tarado que deambulaba entre las ruinas con la nariz goteando sangre, haciendo preguntas que no necesitaban respuesta. Así fue como me convertiría en el chico que nunca entendió cómo funcionaba nada. Así fue como me convertiría en el chico que no salvaría a un amigo. Así fue como me convertiría en el chico que no podía querer a una chica.
En aquellos tiempos, tenía un sueño recurrente en el cuál vivía otra vida, en otra ciudad, en otro tiempo. Mi casa era de cristal y nadie entraba y nadie salía. Miraba la vida pasar desde dentro. Me solía quedar detrás de la puerta, esperando que el viento no soplara tan fuerte como para derribar mi fortaleza, peleando con los miedos que me rodeaban. Me había tomado algo de tiempo saber dónde esconderme.

Se podría decir que solía cavar agujeros por la tarde, y para el anochecer, la mayoría de la tarde ya se había ido. Parecía como si hubiera dormido por la mañana. Pero por la tarde, la mañana estaba aún por venir. Una imagen venía a ayudarme. Eran unos de esos días cuando la mente se pierde, cuando todos juegan, cuando todos se quedan y todos los sueños se hunden.
Venía a recoger los agujeros con la lógica. Vestía plástico y zapatos que difícilmente creerías. Las noches llegaban un poco más temprano, como un pigmeo mascando las hojas incorrectas. Preparaba un té, y escuchaba XTC debajo de un árbol con sombra. Regresaba a la cama a las tres. Golpeaba mi rostro en el suelo ante el sol resplandeciente. Los blancos iluminaban donde antes había grises. La lluvia caía como un desfile con confeti, que corría lentamente y se disipaba. Eran unos de esos días.
Terminaba de recoger los pedazos que quedaban. Y me detenía en la ventana. Mis ojos se postraban en la luna, esperando que la memoria dejara mi espíritu pronto. Cerraba la puerta y apagaba las luces. Recostaba mi cuerpo en la cama. Mientras las imágenes y las palabras corrían muy dentro de mi. Tenía el orgullo de jalar las cobijas encima de mi rostro. Tenía miedo de que a las personas a las que había hecho daño llegaran a mi y me lastimaran también, inclusive todos los fantasmas de las personas que había matado. Tenía miedo de que sus almas se reflejaran lo suficiente para que me alcanzaran en mis sueños. Así que, quietamente me acomodaba y esperaba poder cerrar los ojos y dormir por un momento.
Todas las noches miraba al techo y trataba de no pensar. Las imágenes que se mezclaban y se trataban de unir para dar sentido. El sentimiento desaparecía y finalmente podía dormir. El agua que no podía cubrir mi memoria y el polvo que no podía consolar mi dolor. Esperaba poder tomar el aire de la brisa y hacer que descansara mi corazón. Perdido en el polvo, o arriba con el humo del fuego. Con alas en el cielo, o aquí perdido en mi cama.
Me mantenía para mi mismo la mayoría del tiempo. Soñaba todo el tiempo lo que podría encontrar, entrando y saliendo de mi mundo, pero en cualquier otro aspecto estaba bien. A veces, de tiempo en tiempo, me angustiaba, perdido dentro de mí mismo, en mi caparazón solitario. Un catatónico por momentos, y un loco ocasional. Siempre se preguntaban cuándo saldría.

Después de mucho tiempo en el cual tuve demasiado miedo, el viento cambió, lo sentí correr debajo de mis orejas, como seda dibujada a lo largo de mi cuello. Soñé con que encontraba el amor mientras esperaba un nuevo atardecer, desafiando la gravedad. Una brisa pequeña traía señales a mi lugar desde lugares distantes. Una tierna voz navegando en el rocío de la lluvia. Algo en el aire para aquellos que saben de señales. Algo en el aire, en la tormenta. El olor del agua caer sobre la tierra. Un dulce olor. Y de alguna manera me veía envuelto en una tormenta de pensamientos, y había sido enviado a la mordaz sal infernal. Un lugar en el cuál no hay nadie a quién llamar y no hay nadie que responda. El miedo era la clave. No era la imagen, pero tampoco era el marco. Un ornamento de los pensamiento perdiendo el balance.

Aquella tormenta me llevó la ciudad de los gatos, conocí a un hombre no muy lejos de aquella ciudad, un doctor del cuerpo y del alma. Él me dijo: “Caulfield, hay un libro que tienes que leer, siento tu dolor y me hace llorar. Pero estas lágrimas son tuyas no mías. Te concentras en todos tus malos ayeres. Las líneas de preocupación se vuelven más profundas cada día, profundas dentro de ti. No te sorprendas cuando haya una crisis, puede que te tengas que culpar a ti, no puedes seguir así”. “¿Qué es lo que tengo que ver? ¿Qué es lo que tengo que saber? ¿Qué es lo que tengo que esperar?”. Le pregunté. “Mientras te torturas a ti mismo con lo que pasaste, te torturas a ti mismo con lo que te espera, arrastrando contigo la culpa y el lamento dentro de ti, ansioso en las metas que siempre te evaden. Tu mente siempre encontrará la forma de ser hostil contra ti de alguna manera, pero todo lo que tenemos en realidad es lo que está pasando en estos momentos: la felicidad es el camino”. Me decía mientras servía una copa de whiskey. “Cada bebe, cada sol levantándose, mira a tu alrededor. Siente tu alma dentro de ti. Mira dentro de ti. Siente la vida fluir a través de ti. La vida que se te da en cada pequeña cosa que está viva. Las plantas y los árboles. Los pájaros y las abejas. La felicidad es el camino. Eres un esclavo de tu mente, pero tú no eres tu mente”. “Nunca supuse que sería el primero en la línea. Nunca supuse que mediría casi dos metros. Nunca supuse que sería algo grande. Nunca supuse que vestiría implacable. Nunca supuse que sería algo impresionante. Nunca supuse que estaría alejado de los problemas. Nunca supuse que estaría adelante del resto. Pero si pienso en el pasado...Siempre espere que podía pasar simplemente”. Dije. “Tú no eres tu dolor. Dilo otra vez. Tú no eres tu dolor. No es lo que alguna vez pensaste que serías o te convertirías, es lo que eres hoy, es lo que te espera mañana. La felicidad no es el final del camino. La felicidad es el camino”.

Regresé de la ciudad de los gatos días después. Tomé un tren, el tren que es mi vida, acelerando por la noche. He estado en esos lugares por sólo unos instantes, medio despierto, a veces durmiendo, a veces mirando, a veces soñando. He pasado a través de miles de estaciones, demasiado rápido para saber sus nombres, demasiado rápido para saber si he venido o he vuelto otra vez. Lo importante es saber que había vuelto a un lugar que solía conocer muy bien, antes de que el mundo me enseñara a odiar, y de haber cometido el error de haberlo aprendido.
     
Hoy, yo puedo escribir otra parte de aquel libro que probablemente también se pueda volver en una película. La parte donde me he encontrado y estoy enamorado. Poder decir que aquel chico problemático que algún día fui ha dejado de existir. Poder decir que ha encontrado la razón de ser feliz. Que he encontrado todo lo que he necesitado y que desearía poder compartir con aquel viejo amigo que no pudo salvar la alegría de la cuál es víctima. Lloraría en su cara de felicidad al verle y poder transmitirle lo que últimamente ha vivido. Escucharía sus opiniones y consejos con ojos y oídos bien abiertos. Pero sólo se necesita por el momento una respuesta ¿Dónde está?.

Tal vez el libro tampoco pueda reflejar la felicidad que puede vivir uno. Solo una palma sobre mi rostro, la calidez, ahora y por siempre en mi corazón, y el del mundo.

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