miércoles, 23 de enero de 2013

Felicidad Enterrada





El mundo era tan silencioso y yo era tan feliz que me parecía que pasaba mucho tiempo a tu lado. Me deje llevar por la impaciencia y me acerqué demasiado rápido a la ventana y mire el exterior. Tiempo más tarde, pensaría que aquel había sido el momento más dichoso de mi vida y me pregunto hasta hoy porque me habría de despedir de ti y deshacerme de ese abrazo tuyo en aquel otoño con una lluvia de hojas cayendo en la calle y acabar con aquel momento de felicidad incomparable. Ahora podría decir que habría sido por una extraña inquietud que me poseyó, como si al otro lado de la calle fuera a ocurrir algo y tuviera que llegar a tiempo.

     Pero no obstante, y para no engañar a nadie debajo de la máscara del desconocimiento, al otro lado de la ventana no había otra cosa más que cientos de hojas cayendo de los árboles. La luz estaba cortada pero por las ventanas se lograba filtrar una especie de claridad, como una vela ligeramente encendida, con una especie de luz anaranjada que iluminaba las hojas caer. Más tarde, mientras caminaba debajo de las hojas, pensé en que había abreviado el momento más dichoso de mi vida porque no podía aguantar la excesiva felicidad. Aunque en un primer momento no fui consciente de lo feliz que era en aquel instante con tus brazos a mi alrededor; había paz en mi corazón y parecía que era algo natural que tal vez hubiera olvidado porque hasta entonces había pasado la vida con una sensación de mezcla de angustia e inquietud. Aquella paz era similar al silencio interior de un poema. En ese momento de paz no existía una iluminación semejante, sólo había una pureza más simple e infantil: era como si se pudiera expresar el significado del mundo como un niño que acaba de aprender a hablar.

     Parecía como si hubiera encontrado un significado en la geometría de las hojas que iba más allá de la belleza, pero había una parte de mi que no me dejaba ver más y me decía que aquello era imposible.

     De pronto comprendí una cosa: cuando uno es feliz nunca sabe que lo es. En mi caso, años después decidí que había sido feliz de niño; en realidad no lo era. Pero tampoco era tan desgraciado como en los años que han venido. Cuando era niño no me interesaba la felicidad. Y podría decir que nunca me ha interesado la felicidad, pero aquello no es del todo verdad, además de que puede resultar algo pretencioso.

     Entonces, puedo decir ahora, que comencé a pensar en la felicidad cuando la infelicidad me incapacitó para hacer cualquier cosa. Y a decir verdad, me pongo nervioso el pensar en el silencio que surge al no recordar el tiempo en que fui feliz, más que el tiempo que pase contigo.

     Y en mi caminar por la ciudad, el aquel soplo de viento inquieto que dispersaba las hojas caídas de los árboles, me deje llevar por la misma impaciencia de antes al momento de dejarte, y ahora siento con más violencia la agonía del amor y de la espera que no termina que hace que duela todo en mi interior. Hacía apenas un pequeño instante que había sido feliz que la idea de poder perderla me enloquecía, y me provocó ciertas dudas de saber si aquella felicidad en verdad era cierta. 

     La noche me rodeaba, y como un hombre solitario, la sonrisa de un niño aparece, creyendo en aquella felicidad y el hecho de que se puede encontrar una vez más, en algún lapso de tiempo sin que sea una visión cristalina, una felicidad incomparable. Y aún así, el miedo de no volver a encontrar aquel instante una vez más crece a toda velocidad en mi corazón y se convierte en una inquietud que me arrastra, llevándose todo por delante.

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