martes, 22 de enero de 2013

Diario Parte I


¡Ah, pobre amiga, no sé que sueños hayas tenido! pero no, yo salgo de una noche terrible; soy desgraciado, por mi culpa quizá y no por la tuya, ¡pero lo soy! (¡Dios, dispensa mi desorden!). ¡Sí, es verdad, lo he querido ocultar en vano: desde que llegaste, te deseo tanto como te amo, y moriría más bien antes que provocar alguna vez tu disgusto! Sé que es muy pronto para poder decir estas cosas, pero has llegado en el momento adecuado. Debes perdonarme, ¡no soy veleidoso! Desde siempre voy a ser fiel, no lo tengo bajo alguna duda. Tanto con mis pensamientos como contigo. Si es que ya me tienes un poco de afecto, puedo asumir que no querrás lanzarme a esos vanos ardores que suelen matar a las personas todavía. 

Te confieso todo esto para que en ello puedas pensar y fundamentar tu afecto hacia mi; pues ya lo he dicho en un par de ocasiones, y cualquier esperanza que tengas a bien darme, no implicará algún día fijo para poder hacerlo. Lo puedes hacer cuando mejor te convenga.

¡Ah, ya lo sé! Se que mis acciones no son ciertamente las de una persona considerada cabal a sus 27 años, pero no me agrada mucho la idea que se obligue un poco a las personas para hacer las cosas. Pero pensar que para mí, yo no soy más, quizás, para usted o para otras personas pueda resultar difícil asumir mi manera de pensar, pero no podemos asegurar que soy más o soy menos; pero lo que puedo asegurar y pedir es que salgamos pues, de los usos de la galantería ordinaria. Que a mi no me importa que hayas salido con otros hombres diferentes a mi. Que si bien se dice que cada quien es un individuo, la verdad es que la sociedad se trata de homogeneizar y de mimetizar lo más que puede. Pero no te debes de preocupar. No leo los mismos libros que todos, ni escucho lo mismo que todos, ni trato de comunicarme como los otros. Yo sí puedo decir que no soy como los otros, así que si deseas darme una oportunidad sabiendo que no te puedo ofrecer lo que la mayoría te ofrece, pues adelante. No pienses como la mayoría lo hace acerca de mi. Es como decía el hombre invisible: Soy un hombre invisible...soy un hombre de substancia, de carne y hueso, de fibra y líquidos, y hasta se puede decir que poseo una mente. Soy invisible, entiéndelo, simplemente porque las personas se rehusan a verme. Y así es siempre querida. La gente no está acostumbrada a ver ciertos aspectos que yo me atrevo a ver. 

Sigamos pues con lo importante aquí. Te puedo decir abiertamente que tú eres la primer mujer que yo he amado, y soy, probablemente, el primer hombre que en verdad te ha amado. No dejemos que la sutileza del engaño juegue con nosotros. Tanto tú como yo hemos salido con diferentes personas, pero en realidad yo no he amado a nadie hasta que llegaste tú, y creo firmemente, que en verdad nadie te ha amado, sino no estuvieras leyendo esto. Aunque puede ser que tú sí lo hayas hecho, pero eso no me importa. 

Si esto no es una especie de himno que el cielo bendice, la palabra amor no es más que una palabra vana. Que éste sea, pues el himno verdadero en que te puedo decir abiertamente: “Es la hora. Te amor ¿gustas acompañarme en este viaje?”. Ciertamente hay maneras de obligar a una mujer que me resultan repugnantes. Tu ya puedes asumir que mis ideas son singulares, mi ambiente es siempre el de la poesía y la originalidad; subordino con placer mi vida a la novela; los menores desacuerdos me ofenden, y las modernas maneras que adoptan los hombres con las mujeres que poseen, no serán jamás las mías. Deja que te ame de esta manera; esto tendría quizás algunos dulces encantos de los que eres ignorante por el momento. ¡Ah, no dudar nada, por otra parte, de la vehemencia de mis comunicaciones! Tus temores serán siempre los míos, y así como sacrificaré mi juventud y mi energía para obtener la dicha de estar juntos, así también mi deseo se detendrá ante tu reserva. ¡Mi querida y verdadera amiga, quizá haga mal en escribir estas cosas que no se dicen comúnmente más que a las horas de embriaguez! Pero eres tan buena y tan sensible que espero no te ofendas por estas manifestaciones, que sólo tratan de encontrar la manera en que te puedas identificar completamente con mi corazón. 

Te he hecho bastantes confesiones, puedes hacerme igualmente algunas de tu parte. La única cosa que me alarmaría sería obtener sólo por complacencia o piedad los efectos de una relación. No puedes reprochar mi amor por considerarlo material; por lo menos no lo es en ese sentido. Renuncio a la envidia, sacrifico mi amor propio; pero no puedo hacer abstracción de los derechos secretos de mi corazón sobre otro. Tú me amas, sí, mucho menos de lo que yo te amo, sin duda, pero me amas al fin de cuentas, sin lo cuál no hubiera penetrado también hasta llegar a tu intimidad. Comprenderás cuanto te digo, tanto sería esto ofensivo para una cabeza fría como para un corazón indulgente y tierno.

Un movimiento tuyo me ha proporcionado placer, y es que has creído tu temer un instante que, desde hace algunos días mi constancia no fuera cierta. ¡Ah, está segura! Tengo poco mérito para conservarla; no existe para mi más que una sola mujer en el mundo...

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