miércoles, 13 de marzo de 2013

Tabula Rasa (POST TENEBRAS, SPERA LVCEM)



I. POST TENEBRAS SPERA LVCEM

«Sea la discreción del tiempo, o los hoyos negros en el espacio, lo que más se asemeja a nuestra relación. O simplemente sea el rezago de escrúpulos y nuestra poca inteligencia para mantener vivo un amor que no sé si valga la pena tenerlo así. 

            Hoy despertó el corazón pidiendo un bien morir para sí, pero yo no puedo ofrecerle nada; no ante las secuelas que hoy acaecen en mi mente. Yo no espero ya nada de él, ni bien ni desgaste». Fragmento de una carta escrita a alguien que quise mucho, pero —gritaba un hombre frente a la Plaza de la Constitución— ese alguien jamás existió.

— No les pido que se detengan, mucho menos ruego una moneda, pues por eso no estoy aquí; sólo les pido una explicación, argumentos lo suficientemente válidos, aunque sean sintéticos, que me ayuden a discernir  entre el caos real y la perfección del universo onírico.
¡No, señoras y señores, no estoy loco —continuaba el hombre—! No tengo problemas de tipo existencial; tampoco es falta de amor y, si les pasó por la mente, tampoco soy un artista frustrado. ¡Yo… yo solamente busco a Dios!

            Y así como la plaza hervía en un bullicio de gente, ninguna de aquellas miradas era dirigida a aquél hombre hecho andrajos y de mirada tan vacía como lo estaban sus bolsillos. Era ignorado en un lugar lleno de gente.

            En otro lugar, menos concurrido, cerca de do se encontraba ese hombre que soslayaba la objetividad y metodología para depositarse en la fe y metafísica, yacía una mujer sentaba dentro de la Catedral Metropolitana. Laura. Lanzando plegarias a una figura de mármol y madera, quizás, tan suplicantes como las de aquél sujeto. Un ruego sobre otro ruego.


II. PERO YO, POR TODO ESPEJO, SÓLO ME TENGO A MÍ MISMO

Salió Laura de la iglesia, caminó hasta el asta del zócalo y, desde allí, volteó a ver la Catedral: el campanario derecho estaba ausente desde que el temblor del año pasado lo había derrumbado —derrumbado: palabra que describía su carácter en aquel momento—; después, flanqueó a la izquierda y observó a los turistas tomando fotos, mucha gente, automóviles híbridos, y ribetes colgando de los cables que pendían de los edificios coloniales; a la derecha, dio un vistazo a la fachada de Palacio Nacional cercada por el retiro de un helipuerto, y, detrás de ella —aunque ella no lo veía— se hallaba en el trasfondo de ese escenario un individuo que no paraba de hablar sobre sus cuitas.

            Ipso facto, un estruendo espantoso rompió la secuencia de la película cotidiana que se proyectaba y una nube de polvo arropó gran parte de la plaza. Las personas se veían unas a otras con caras asustadas y confundidas por lo acaecido. Presto, Laura echó a correr sin dirección, pero, al pensarlo bien, se detuvo, volteó hacia el lugar de donde provino el ruido y sólo logró ver  la silueta de una gran plataforma recargada en lo que quedaba de la fachada del Palacio Nacional. Se quedó un largo rato mirando la escena, y se retiró del lugar.

            Del otro lado del zócalo, a pesar del gran alboroto que se formó, el extraño sujeto apenado  no paraba de hablar, y persistía en su perorata, esta vez así: «No tenemos por qué ser víctimas de una máquina de la que no somos parte. No somos componentes de tan malformada criatura. ¡Mírense! Aquellas vagas y sumisas figuras que caminan sin rumbo, no son ustedes en sí. Las cosas pueden cambiar, ustedes son más que sólo un producto del sistema; deben ser responsables  de su existencia y moral. Tenemos que… ». Ni el polvo que levantó la caída de los muros del antiguo edificio logró callar a éste sujeto tan peculiar.

            El tiempo avanzó y la tarde se arrodilló a los pies de la noche, en un cielo grisáceo retocado de fulgores rojizos. Surgieron del pavimento nuevos entes que eran nocturnos y el demagogo, que no paraba de hablar ni ante la desgracia,  se rindió por aquel día. Se retiraba con la garganta seca y los ojos rojos de tanto polvo, se quitó su saco, lo sacudió y después lo echó a su hombro. Comenzó a caminar por los ríos de gente en que se habían convertido las calles: había tiendas de todo tipo, desde comida rápida hasta galerías de arte; estaciones de electrocarburos, una en cada manzana; almacenes, restaurantes y joyerías; centros comerciales subterráneos y cafeterías transnacionales. Las noches se hacían días, pantallas y hologramas adornaban las calles, las aceras delineaban los caminos con una línea de luz, y las azoteas y fachadas incitaban a los transeúntes a voltear a ver los fulgores de sus interiores. Todo era luz; excepto, cuando había apagones en toda la ciudad.

            El vagabundo, que hacía algunos momentos discursaba en medio de la platea, llegaba al Eje Central por la calle 16 de Septiembre, y para sorpresa de todos, menos de él, el crucero lucía el primer policía robot de tránsito; hecho en China, por supuesto. 


III. LA PÁLIDA MUERTE VISITA POR IGUAL LAS CHOZAS DE LOS POBRES COMO LAS TORRES DE LOS REYES

Laura recordó su graduación —al momento que corría con vehemencia detrás de aquel hombre mísero y parlanchín de la plaza central, y que perdía de vista sin explicación— en la otrora Benemérita Escuela Normal de Maestros y que hoy se llamaba Escuela Mexicana de Turismo. Corría guiada por la inercia de su intuición y con la persistencia de los recuerdos en su mente Es tal la fuerza de los recuerdos que a veces evocan a otros recuerdos, y estos provocan tal catarsis, que parecemos enloquecer en lugar de redimirnos, y terminamos proyectándolos en la realidad.

            Es Eje Central esquina con la Avenida Juárez, donde está tendida la línea del metro más lujosa y moderna de la ciudad, la línea número 15,  y en ambas vías se proyecta la noticia del momento: Helipuerto de quita y pon destruye patrimonio. Las personas esperan con rostros pacientes y mentes desesperadas a que el robot dé la señal de avance, mientras, puede verse la obra negra de lo que será el Neopalacio Legislativo, que estará sobre la Av. Juárez, frente al hemiciclo del mismo personaje que tiene como objetivo motivar a los estadistas y sean acompañados por el espíritu del insigne personaje de la historia mexicana. Dentro del metro un suave timbre digital anuncia el cierre de puertas del convoy en la estación Tlatelolco, desde allí pueden verse a través de sus paredes de cristal, los últimos tres edificios que quedan de la ciudad del futuro Nonoalco Tlatelolco, así como la nueva unidad habitacional que se construyó sobre la susodicha y que crece hacía abajo. Templo sobre otro templo. También puede verse muy cerca una gigantesca sombra erguida en el silencio de la noche. Se trata del antiguo edificio de la Secretaria de Relaciones Exteriores erguido y abandonado desde hace décadas e inutilizable para habitación según los expertos.

            Laura trató de seguirle la pista, inútilmente,  a aquél errante por cerca de una semana. Él había resultado ser un púgil retirado (sí, del barrio de Tepito, Barrio Bravo, Ager Publicus en la actualidad), que sufría demencia por los golpes recibidos por oficio, perjuicio severo que desenterró su pasado activista y poético antes de subirse al cuadrilátero. No se había dicho, pero Laura fue reportera  de una gran televisora (ya se imaginan cual), sus ruegos a Josué Crucificado fueron precisamente para lograr un reportaje sobre aquél personaje poco común y que persiguió por el centro de la ciudad. Sin lograr nada significativo en su vida, decidí ayudarle un poco a Laura en esta historia y, de paso, darle la clave para el éxito de una brillante carrera, aunque ella no lo sabía. 

            Se depositó en su bolso, durante uno de sus tantos trayectos en busca del púgil, un video muy peculiar e inusual: Se trataba de un soborno en el que dos grandes empresarios ofrecían una bondadosa cantidad de dinero al gobernador de la ciudad, nada más, y nada menos, para que secundara una iniciativa para comenzar a derribar edificios coloniales y convertirlos en expendios de electrocarburos. La inauguración de esta iniciativa, como la llaman,  comenzaría con la destrucción de la Iglesia Del Carmen y continuaría con la eliminación de quinientas construcciones irrescatables más. En ese momento, no sabía quién era el púgil ni lo que Laura pretendía con él, no es que haya tenido algo en contra de ese tipo aburrido que ella perseguía, pero creía que su carrera profesional era más importante, aunque, a decir verdad, ya no estaba seguro de nada. Un día, al llegar Laura a su aposento se llevó una impactante sorpresa: Un individuo muy raro, de aspecto vagabundo la estaba esperando dentro de su apartamento subterráneo: la golpeó brutalmente, cual boxeador fajador, y después, salió inmediatamente de la escena.

            En el ministerio público se desconocieron  las causas por las que Laura fue asesinada, al igual que el autor del crimen. El caso fue automáticamente cerrado. La explicación (no sé si llamarla así) que se dio en los medios, es que se trató de un crimen meramente accidental y sin fundamento, ya que la occisa no tenía enemigos sospechosos ni motivos para decir que se trataba de un ajuste de cuentas, y al parecer, con base en los reportes de peritaje y la autopsia, su asesino quizá sabía técnicas de defensa personal y aunque podría haber sido  muy débil físicamente, tuvo la fuerza suficiente para asesinar a su víctima. Y omitieron que los agentes encargados sólo encontraron un dispositivo que contenía un video incómodo para el statu quo laboral de funcionarios importantes en el gobierno local, del que no hicieron ninguna mención.

            Antes de que esto ocurriera, y sin saber la relación de Laura con aquél remedo de ser humano que padecía ya de sus capacidad para discernir entre lo real y la fantasía, yo llegué a un acuerdo con el gobernador, para que él pudiera recuperar el video que lo delataba.  Una vez acordado el trato, se lo hice llegar de la manera más sutil. Para ello, había encontrado un hombre rencoroso que decía estar  contra  la máquina, y esas cosas tan sosas y retrógradas. Le dije que podía ayudar a este país, su nación y natal, evitando que los usureros trajeados atentaran contra del patrimonio cultural mexicano, y por consiguiente que los dueños del dinero se beneficiaran con la destrucción del invaluable inmueble prehispánico. El loco no dudo un momento, pues no sólo se convertiría en un héroe anónimo, sino que recibiría una paga por ello y sería su mores maiorum.

            Así que le expliqué lo que tenía que hacer, grosso modo, recuperar el video que se encontraba en manos de una reportera de poca monta…

            ¡Listo! El tipo, a pesar de su demencia entendió muy bien lo que tenía que hacer y así lo ejecutó; el resto ya lo saben. 

Lo que no saben,  y yo con la pena aún de no haber podido ayudar a Laura en el buen éxito de su carrera, sino todo lo contrario, es que tal vez haya habido alguien que nos grabara haciendo el negocio de la recuperación del video incómodo con el gobernador. ¡Qué irónico! Quizá tengamos que recuperar otro video de la misma forma, entre otras cosas más, en el futuro.

           

           








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