Me llamo Oscar. Hoy tengo lo que se conoce como Rendez Vous. Quede de verme con Olga en la facultad de Arquitectura a las seis de la tarde. Ella no me conoce físicamente, pero yo a ella si.
Llego temprano al punto de reunión. Nos quedamos de ver en la entrada del Lumen de dicha facultad. Entro al Lumen para observar un rato computadores Mac, iPods, audífonos, iPads, y todo lo relacionado con el mundo de la mente maestra detrás de la Manzana, el señor Steve Jobs. Me aburro demasiado rápido, y salgo exactamente a las seis de la tarde. Llueve tenuemente y por un momento dudo en que se aparezca por aquellos rumbos. Me recargo en una estructura de piedra a esperar, mientras observo la lluvia. Es una cosa tan hermosa ver la lluvia caer, que dan ganas de quedarme inmerso en pensamientos y sentir la gracia de Dios caer sobre mi.
Pasan los minutos y volteo a la entrada del Lumen. Ahí esta ella, con su pelo rizado y teñido de rojo, cubierto por un gorro, no sé que color sea exactamente, pero es de algún tono de rojo, tal vez un rojo 250. Pantalón de mezclilla azul, tenis grises, playera verde estilo militar, chamarra de mezclilla, y una bufanda que hace juego con su gorro y su cabello. No se ve que utilice maquillaje. No se alcanza a notar algún rastro de el en su rostro, blanco y delicado. Esta revisando su celular, tal vez este viendo la hora. No se si no me ha notado o sólo quiere pensar que el que esta enfrente y mirándole la espalda sea su rendez vous.
Volteo un instante a la lluvia y me doy cuenta que no estoy nervioso, a pesar de que siempre que conozco a alguien nuevo es usual en mi hacerlo, especialmente si se trata de una mujer, mi corazón empieza a latir demasiado rápido, que podría decirse que padezco de taquicardia. Así que tomo mi pulso, y me doy cuenta de que estoy vivo. Respiro profundamente y me doy la vuelta. Me acerco lentamente hacia dónde esta ella, aun tiene el celular en la mano, voltea de reojo y ve que me acerco. No sabe que hacer. Voltea otra vez su mirada hacia el celular e inmediatamente voltea hacia mi. «Hola» digo. Se queda pensativa un momento. Al parecer no ve claro que yo soy Oscar, y tal vez piense que soy algún tipo de hombre que en cada oportunidad trata de hacer conversación con una linda chica. «Hola» responde sorprendida al verme ahí «¿Oscar?» pregunta Olga. «Si» contesto secamente, y su expresión sigue siendo de sorpresa. Instantes de silencio. «Perdón, no sabía que eras tu» Me parece mal que ella preguntara si yo era Oscar, ¿Qué hubiera pasado si el que estabe enfrente de ella resultaba ser un loco demente? Lo bueno es que era en realidad yo y no otra persona. «Hola, mucho gusto» dice, mientras me extiende la mano, y yo la tomo firmemente. Su mano es pequeña, justo como ella. La piel se siente delicada. «El gusto es mío» Tenía ganas de besarle la mano como aquellos Ingleses del siglo pasado y antepasado, pero tuve miedo de que lo tomara a mal. «¿Seguimos?» dice, mientras señala el interior de la cafetería. «Después de ti» digo y dejo que su pequeño cuerpo pase a tomar posición a mi lado. Comenzamos a caminar hacia la cafetería. Siento que algunos ojos nos observan a lo lejos. No los puedo ver con claridad, pero se que están en algún lado. «¿Cómo me imaginabas?» «Pues…en realidad no te imaginé» Nos reímos. Decimos más palabras para tratar de romper el hielo y nos permitan aterrizar en un plano firme donde la conversación pueda ser fluida.
Observamos la cafetería. Se ve que esta casi llena. Hay pocos lugares vacíos. Tratamos de encontrar un lugar donde nos permita conversar. Ella encuentra una mesa con dos sillas. La mayoría son de cuatro sillas, sólo en la orilla se encuentran de dos, y al fondo parece ser que son más grandes, o tal vez sólo sea mi visión que me engaña. Tomamos asiento. Observo a mí alrededor. Es un lugar, que aunque parezca sofisticado, no lo es. Tiene cuadros alrededor. Construcciones y esquemas. Tal vez hechos por alumnos de la facultad, o simplemente tomados de lugares conocidos y de arquitectos de renombre. Se escuchan muchos murmullos de la gente al hablar. Y empiezo a recordar que no me gustan lugares con muchas personas. Le había dicho, en uno de las e-mails que le escribi para sentar el lugar, que prefería lugares con poco transito de gente. Sin embargo, ella escogió aquella cafetería con un bullicio difícil de pasar por alto.
«Bueno ¿Y que nos trae por aquí?» «Eso prefiero dejarlo para el postre» le dije. La había citado porque tenía que decirle algo importante. Que es difícil de comprender y aclarar por el momento, y se me ha hecho difícil de cargar con esto todos los días. Es como si llevaras una llave que no te sirve para nada dentro de tu bolsillo. Es algo que tienes que sacar de ti tarde o temprano.
Una vez ya en el asiento de la cafetería, me dijo que había salido de su clase de chino en el CELE. Este semestre comenzó sus clases en el idioma. Me empezó a explicar el modus operandus de la clase, y que se le hace complicada por el hecho de que utiliza demasiados caracteres, la pronunciación, y muchas que resultaron ignotas para mí, pero que no tenía ganas de entrar en tanto detalle. Pude fingir que me interesaba, pero nunca he sido así, y no quería empezar hoy, aunque el tema podría resultar muy bueno para seguir la conversación. Aparte, parecía que aun no dominaba el asunto del chino, no me supo explicar muy bien la forma en que escribían los chinos. Decline.
Ya les dije que yo la conocía, pero ella no a mi. Se podria decir que se me los puntos mas importantes que rigen en su vida. No es que la haya estado espiando, simplemente los sé. Ambos pertenecemos a la misma facultad, e inclusive hemos tomado clases juntos, pero ella nunca se había percatado de mí. Y la verdad yo tampoco había sentido un gran impulso por entablar una conversación por lo menos y no irnos tan lejos y decir que quería una amistad. Por lo que la conversación siguió con temas de la facultad. Materias que llevábamos, y que cuantas nos faltaban respectivamente a cada uno de nosotros. Ya saben, típica conversación para seguir flotando en aquel océano que se llama relaciones interpersonales.
Me empecé a sentir incomodo con esa platica, así que le pregunte si ya había comido. Me dijo que si, pero que sólo había sido algo ligero. Le pregunté si quería algo. Me dijo que sólo un café, y que si yo tenía hambre comiera. Le dije que no me gusta comer solo. Entonces fue cuando acepto comer algo. Y es verdad que no me gusta comer solo cuando estoy acompañado, y menos en lugares públicos. Me siento demasiado incomodo.
Nos paramos y nos acercamos para formarnos, y mientras estábamos formados, ver el menú. Cómo toda buena cafetería, tenían comida rápida, ya saben tortas, tacos, ensaladas, burritos, hamburguesas, y los etcéteras que se imaginen. De beber igual, agua, refresco, café, té, blablabla.
Al parecer mi acompañante no veía muy bien y necesita lentes. Los cuales, probablemente, sólo los utilice en el salón de clases, y fuera del no, porque sienta que no se ve muy bien con gafas que cubran sus hermosos ojos. Creo que a ella si le quedaría el titulo del cuento de Salinger: Linda Boquita, Verdes Tus Ojos. Y regresando al tema, no alcanzaba a ver muy bien el menú. Me preguntó en varias ocasiones que decia, pero tal vez le dio pena después y se limitó a pedir lo que sabía que seguramente había en la carta. Me preguntó que iba a pedir, y le dije que algo no muy grande porque tal vez no me lo acabaría. Dijo que los hombres siempre nos acabamos todo aunque no tengamos hambre. No se con que clase de personas este, porque yo no como más de lo debido. De hecho casi no como.
Llegamos dónde piden tu orden y ella pidió una torta de milanesa con pan integral y un agua de fresa (después de preguntar que significaba el color del agua). Yo pedí una hamburguesa hawaiana y un café americano. Pagué la cuenta. O ella sabia que era un caballero, o no traía dinero, o no quería gastar. El chiste es que no hizo el intento de poner algo de dinero. Aun así, no lo hubiera permitido que lo hiciera. Me dieron el ticket con el número de orden.
Las bebidas las daban a un lado. Las pedimos y nos rayaron el ticket. Mientras me daban el café, le dije que me había vuelto un adicto desde que sabía utilizar la cafetera. La verdad es que resulta demasiado sencillo, pero una vez, al estar haciendo un ensayo para mi querida Paulina, una antigua chica que pretendía y ahora toda una Frenger, rompí una parte de la cafetera por no saber como se tenía que poner el café y los conos y el agua y esas cosas. Después le tuve que comprar el repuesto, y ahora soy feliz con la cafetera. Me dieron el café y no le puse azúcar.
Nos fuimos a sentar dónde estábamos anteriormente. Esperamos a que la comida estuviera lista, y nuestro número de comida se viera reflejado en un display con focos rojos. La verdad es que no recuerdo de lo que estábamos hablando en la espera de la comida…creo que no hice nuevas memorias en ese instante. Seguramente no fue tan importante.
El número apareció por fin en el display. Ella fue la que se dio cuenta cuando apareció el número, aunque titubeante, lo comentó, y yo lo corroboré. Me levanté y fui por los platos. Siento miradas que me siguen en mí caminar. No estoy seguro de dónde vienen, aunque se que son de varias direcciones. Voy a la parte trasera donde dan la comida y entregó el ticket. Lo miran y me dan ambas cosas. Preguntan si quiero servilletas. Digo que si. Salgo y me dirijo a la salida. Paso por un lado los aderezos, y no le pongo nada. Llego a la mesa y le doy la torta a Olga y me siento. Ella va a ponerle algo a su torta. Dice que no tardara.
Me quedé sentado, pensando un rato en lo que pasaba, pero no alcanzaba a comprender como había llegado a aquel lugar. Mire a mí alrededor tratando de ver alguna razón. No la encontré.
Mi acompañante regreso. Al parecer le hecho chile chipotle a su torta, o tal vez catsup, algo rojo se asomaba de su torta. No alcance a distinguir la consistencia. Dijo que iba a realizar una oración. Ya sabía que era cristiana, pero no imaginé que diera gracias al degustar alimentos. Cerró los ojos. Inclinó su cabeza y comenzó a hablar. No logré entender nada de lo que dijo. Sólo lo imaginaba.
Una vez que termino, le dije que no había imaginado que ella hiciera eso. No supo muy bien que responder. Dijo que sólo avisaba que lo iba hacer, para que la gente no se sacara de onda. Le pregunté cómo se había convertido al cristianismo. Y de aquí en adelante la conversación sólo fue del cristianismo. Me contó desde el principio su historia. Decía que era muy bueno contar el testimonio, porque así las personas podían entender mejor a Dios y lo que significa. De ahí cada uno tiene que tomar un rumbo y seguir los consejos que Dios nos deja en la Biblia.
Nació en un hogar cristiano. Sin embargo, fue hasta los quince años cuando sintió el poder de Dios. Su energía recorrer el cuerpo. Fue hasta esa edad que vivió su momento de redención, y ya no quiso seguir viviendo como cualquier persona, sino a través de lo que quisiera y tuviera preparada para ella, Dios. Este momento no lo vivió en un templo, lo hizo en la casa de su abuela, mientras estaba sentada en la cama esperando la hora en que el sueño la alcanzara y poder dormir, sintiéndose miserable en este mundo.
La conversación siguió alrededor de otros veinte minutos. Parecía algo emocionada al contar todas sus vivencias con alguien que apenas conoce. No sé si porque nunca se había sentido tan libre de hacerlo, o simplemente porque los canones cristianos, de cierta manera, terminen definiendo su comportamiento, y dentro de este, sea contar de manera agradable y siempre con una sonrisa resplandeciente el testimonio de su vida.
Dijo que no era casualidad que nos encontráramos en aquel lugar en ese mismo instante. Yo tampoco lo creo, yo la cité. Me invitó a alguna de sus reuniones en algún domingo, en alguno de estos días. No me presionaría. Le dije que lo pensaría, porque yo también le había contado que tuve alguna relación con esa iglesia, pero que la gente no me había convencido. Dijo que no viera a la gente y sólo sintiera el poder de Dios. Entonces para que ir a una iglesia si puedo tener la comunión en mi casa, le dije.
Lo más curioso fue cuando dijo que vivía cerca de Puerto Principe. Le dije que mis papas vivian en Campos Eliseos. Ella agregó que exactamente vivía en La Naranja. Los lugares están demasiado cerca. Insistió con que no había casualidades en la vida y que había tomar aquello como un llamado al Reino de Dios. No sabia que pensar. Me sorprendió que fuera mi vecina. ¿Mí sino esta dicho? ¿El destino me ha alcanzado? El pensarlo me atemoriza. Poderes celestiales trabajando escribiendo para que me encuentre con Olga a la hora del diablo (Eran las 6 horas con 6 minutos y 6 segundos cuando dije el hola). Y ahora que todo parece tan extraño y bizarro ¿Podría luchar contra la corriente? ¿Puedo ser un renegado y evadirlo? Me gusta la oscuridad y tristeza de mi mente, me hace sentir vivo. Mi simple vida solitaria es algo sin nadie. El propósito de mi vida podría estar al alcance de mis manos en ese momento, y no sabía que pensar. Tuve miedo.
Terminamos de comer, justo a la hora en que se había pactado que terminaría la cita. En un correo comento que tenia clase a las siete. Cuando nos vimos dijo que en realidad no tenía clase a las siete, sino hasta las ocho treinta, pero tenía que hacer tarea y se había quedado de ver con compañeros de la facultad para hacerla a esa hora. Por lo que al darse cuenta de la hora, dijo que era hora de retirarnos.
Nos levantamos de la mesa. Nos dirigimos a la salida de la cafetería. Sentía que la mirada me seguía. Nos seguía, a mi acompañante y a mí. Salimos a paso tranquilo, y caminamos hacia nuestra facultad. Ya no hablamos del cristianismo. Hablábamos del maestro con el que tenía clase. Se quejaba de que era un misógino, y al parecer se estaba divorciando. Hablamos de su trayecto diario a través de la ciudad. Me dio lastima porque se la pasa en el transporte cerca de seis horas diarias. Debe ser un desgaste terrible. Los cristianos tienen una frase para todo, y esta no es la excepción, me imagino que sería algo así como: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
Al final no le dije lo que tenia que decirle. Me dio miedo la situación. Se lo comenté y me dijo que aun se lo podía decir. Le contesté que ahora tenía que pensar las cosas mas claro. Las circunstancias vividas le daban un nuevo panorama a la situación. La deje en la entrada del edificio y nos despedimos. Nos despedimos de beso en la mejilla. Salí caminando de aquel lugar tratando de pensar en lo que había pasado. Todo parecía nublado. Tal vez este problema me mantenga despierto algunos días.