I. POST
TENEBRAS SPERA LVCEM
«Sea
la discreción del tiempo, o los hoyos negros en el espacio, lo que más se
asemeja a nuestra relación. O simplemente sea el rezago de escrúpulos y nuestra
poca inteligencia para mantener vivo un amor que no sé si valga la pena tenerlo
así.
Hoy despertó el corazón pidiendo un
bien morir para sí, pero yo no puedo ofrecerle nada; no ante las secuelas que
hoy acaecen en mi mente. Yo no espero ya nada de él, ni bien ni desgaste».
Fragmento de una carta escrita a alguien que quise mucho, pero —gritaba un hombre
frente a la Plaza de la Constitución— ese alguien
jamás existió.
— No
les pido que se detengan, mucho menos ruego una moneda, pues por eso no estoy
aquí; sólo les pido una explicación, argumentos lo suficientemente válidos,
aunque sean sintéticos, que me ayuden a discernir entre el caos real y la perfección del
universo onírico.
¡No,
señoras y señores, no estoy loco —continuaba el hombre—! No tengo problemas de
tipo existencial; tampoco es falta de amor y, si les pasó por la mente, tampoco
soy un artista frustrado. ¡Yo… yo solamente busco a Dios!
Y así como la plaza hervía en un
bullicio de gente, ninguna de aquellas miradas era dirigida a aquél hombre hecho
andrajos y de mirada tan vacía como lo estaban sus bolsillos. Era ignorado en
un lugar lleno de gente.
En otro lugar, menos
concurrido, cerca de do se encontraba ese hombre que soslayaba la objetividad y
metodología para depositarse en la fe y metafísica, yacía una mujer sentaba
dentro de la Catedral Metropolitana. Laura. Lanzando plegarias a una figura de
mármol y madera, quizás, tan suplicantes como las de aquél sujeto. Un ruego
sobre otro ruego.
II. …PERO YO, POR TODO ESPEJO, SÓLO ME TENGO A
MÍ MISMO
Salió
Laura de la iglesia, caminó hasta el asta del zócalo y, desde allí, volteó a
ver la Catedral: el campanario derecho estaba ausente desde que el temblor del
año pasado lo había derrumbado —derrumbado: palabra que describía su carácter
en aquel momento—; después, flanqueó a la izquierda y observó a los turistas
tomando fotos, mucha gente, automóviles híbridos, y ribetes colgando de los
cables que pendían de los edificios coloniales; a la derecha, dio un vistazo a
la fachada de Palacio Nacional cercada por el retiro de un helipuerto, y,
detrás de ella —aunque ella no lo veía— se hallaba en el trasfondo de ese
escenario un individuo que no paraba de hablar sobre sus cuitas.
Ipso facto, un estruendo espantoso
rompió la secuencia de la película cotidiana que se proyectaba y una nube de
polvo arropó gran parte de la plaza. Las personas se veían unas a otras con
caras asustadas y confundidas por lo acaecido. Presto, Laura echó a correr sin
dirección, pero, al pensarlo bien, se detuvo, volteó hacia el lugar de donde
provino el ruido y sólo logró ver la
silueta de una gran plataforma recargada en lo que quedaba de la fachada del
Palacio Nacional. Se quedó un largo rato mirando la escena, y se retiró del
lugar.
Del otro lado del zócalo, a pesar
del gran alboroto que se formó, el extraño sujeto apenado no paraba de hablar, y persistía en su
perorata, esta vez así: «No tenemos por qué ser víctimas de una máquina de la
que no somos parte. No somos componentes de tan malformada criatura. ¡Mírense!
Aquellas vagas y sumisas figuras que caminan sin rumbo, no son ustedes en sí.
Las cosas pueden cambiar, ustedes son más que sólo un producto del sistema;
deben ser responsables de su existencia
y moral. Tenemos que… ». Ni el polvo que levantó la caída de los
muros del antiguo edificio logró callar a éste sujeto tan peculiar.
El tiempo avanzó y la tarde se
arrodilló a los pies de la noche, en un cielo grisáceo retocado de fulgores
rojizos. Surgieron del pavimento nuevos entes que eran nocturnos y el demagogo,
que no paraba de hablar ni ante la desgracia, se rindió por aquel día. Se retiraba con la
garganta seca y los ojos rojos de tanto polvo, se quitó su saco, lo sacudió y
después lo echó a su hombro. Comenzó a caminar por los ríos de gente en que se
habían convertido las calles: había tiendas de todo tipo, desde comida rápida
hasta galerías de arte; estaciones de
electrocarburos, una en cada manzana;
almacenes, restaurantes y joyerías; centros comerciales subterráneos y
cafeterías transnacionales. Las noches se hacían días, pantallas y hologramas
adornaban las calles, las aceras delineaban los caminos con una línea de luz, y
las azoteas y fachadas incitaban a los transeúntes a voltear a ver los fulgores
de sus interiores. Todo era luz; excepto, cuando había apagones en toda la ciudad.
El vagabundo,
que hacía algunos momentos discursaba en medio de la platea, llegaba al Eje
Central por la calle 16 de Septiembre, y para sorpresa de todos, menos de él,
el crucero lucía el primer policía robot de tránsito; hecho en China, por
supuesto.
III. LA PÁLIDA MUERTE VISITA POR IGUAL LAS
CHOZAS DE LOS POBRES COMO LAS TORRES DE LOS REYES
Laura
recordó su graduación —al momento que corría con vehemencia detrás de aquel
hombre mísero y parlanchín de la plaza central, y que perdía de vista sin
explicación— en la otrora Benemérita Escuela Normal de Maestros y que hoy se
llamaba Escuela Mexicana de Turismo. Corría guiada por la inercia de su
intuición y con la persistencia de los recuerdos en su mente Es tal la fuerza
de los recuerdos que a veces evocan a otros recuerdos, y estos provocan tal
catarsis, que parecemos enloquecer en lugar de redimirnos, y terminamos
proyectándolos en la realidad.
Es Eje Central esquina con la Avenida
Juárez, donde está tendida la línea del metro más lujosa y moderna de la
ciudad, la línea número 15, y en ambas
vías se proyecta la noticia del momento: Helipuerto de quita y pon destruye
patrimonio. Las personas esperan con rostros pacientes y mentes desesperadas a
que el robot dé la señal de avance, mientras, puede verse la obra negra de lo
que será el Neopalacio Legislativo, que estará sobre la Av. Juárez, frente al
hemiciclo del mismo personaje que tiene como objetivo motivar a los estadistas
y sean acompañados por el espíritu del insigne personaje de la historia
mexicana. Dentro del metro un suave timbre digital anuncia el cierre de puertas
del convoy en la estación Tlatelolco, desde allí pueden verse a través de sus
paredes de cristal, los últimos tres edificios que quedan de la ciudad del futuro Nonoalco Tlatelolco,
así como la nueva unidad habitacional que se construyó sobre la susodicha y que
crece hacía abajo. Templo sobre otro templo. También puede verse muy cerca una
gigantesca sombra erguida en el silencio de la noche. Se trata del antiguo
edificio de la Secretaria de Relaciones Exteriores erguido y abandonado desde
hace décadas e inutilizable para habitación según los expertos.
Laura trató de seguirle la pista,
inútilmente, a aquél errante por cerca
de una semana. Él había resultado ser un púgil retirado (sí, del barrio de
Tepito, Barrio Bravo, Ager Publicus en la actualidad), que
sufría demencia por los golpes recibidos por oficio, perjuicio severo que
desenterró su pasado activista y poético antes de subirse al cuadrilátero. No se
había dicho, pero Laura fue reportera de
una gran televisora (ya se imaginan cual), sus ruegos a Josué Crucificado fueron
precisamente para lograr un reportaje sobre aquél personaje poco común y que
persiguió por el centro de la ciudad. Sin lograr nada significativo en su vida,
decidí ayudarle un poco a Laura en esta historia y, de paso, darle la clave
para el éxito de una brillante carrera, aunque ella no lo sabía.
Se
depositó en su bolso, durante uno de sus tantos trayectos en busca del púgil,
un video muy peculiar e inusual: Se trataba de un soborno en el que dos grandes
empresarios ofrecían una bondadosa cantidad de dinero al gobernador de la
ciudad, nada más, y nada menos, para que secundara una iniciativa para comenzar
a derribar edificios coloniales y convertirlos en expendios de electrocarburos. La inauguración de esta iniciativa, como la llaman, comenzaría con la destrucción de la Iglesia
Del Carmen y continuaría con la eliminación de quinientas construcciones irrescatables más. En ese momento, no
sabía quién era el púgil ni lo que Laura pretendía con él, no es que haya
tenido algo en contra de ese tipo aburrido que ella perseguía, pero creía que
su carrera profesional era más importante, aunque, a decir verdad, ya no estaba
seguro de nada. Un día, al llegar Laura a su aposento se llevó una impactante
sorpresa: Un individuo muy raro, de aspecto vagabundo la estaba esperando
dentro de su apartamento subterráneo: la golpeó brutalmente, cual boxeador fajador,
y después, salió inmediatamente de la escena.
En
el ministerio público se desconocieron
las causas por las que Laura fue asesinada, al igual que el autor del
crimen. El caso fue automáticamente cerrado. La explicación (no sé si llamarla
así) que se dio en los medios, es que se trató de un crimen meramente
accidental y sin fundamento, ya que la occisa no tenía enemigos sospechosos ni
motivos para decir que se trataba de un ajuste
de cuentas, y al parecer, con base en los reportes de peritaje y la
autopsia, su asesino quizá sabía técnicas de defensa personal y aunque podría
haber sido muy débil físicamente, tuvo
la fuerza suficiente para asesinar a su víctima. Y omitieron que los agentes
encargados sólo encontraron un dispositivo que contenía un video incómodo para el statu quo laboral de
funcionarios importantes en el gobierno local, del que no hicieron ninguna
mención.
Antes de que esto ocurriera, y sin
saber la relación de Laura con aquél remedo de ser humano que padecía ya de sus
capacidad para discernir entre lo real y la fantasía, yo llegué a un acuerdo
con el gobernador, para que él pudiera recuperar el video que lo delataba. Una vez acordado el trato, se lo hice llegar
de la manera más sutil. Para ello, había encontrado un hombre rencoroso que
decía estar contra la máquina, y esas
cosas tan sosas y retrógradas. Le dije que podía ayudar a este país, su nación
y natal, evitando que los usureros
trajeados atentaran contra del patrimonio cultural mexicano, y por
consiguiente que los dueños del dinero se beneficiaran con la destrucción del
invaluable inmueble prehispánico. El loco no dudo un momento, pues no sólo se
convertiría en un héroe anónimo, sino que recibiría una paga por ello y sería
su mores maiorum.
Así
que le expliqué lo que tenía que hacer, grosso modo, recuperar el video que se
encontraba en manos de una reportera de poca monta…
¡Listo!
El tipo, a pesar de su demencia entendió muy bien lo que tenía que hacer y así
lo ejecutó; el resto ya lo saben.
Lo
que no saben, y yo con la pena aún de no
haber podido ayudar a Laura en el buen éxito de su carrera, sino todo lo
contrario, es que tal vez haya habido alguien que nos grabara haciendo el
negocio de la recuperación del video incómodo con el gobernador. ¡Qué irónico!
Quizá tengamos que recuperar otro video de la misma forma, entre otras cosas más,
en el futuro.