Esta entrada es dedicada a una de nuestras primeras lectoras. Que por razones algo desafortunadas nos dejó de leer, pero estamos agradecidos de que nos haya regalado minutos de sus vida y leer a este trio de depresivos. El nombre de la prtagonista es el nombre a que esta dedicada la entrada.En una pastelería salen dos bizcochos, recién horneados para ser degustados. Son agradables a la vista. Están esponjados a la perfección, no están duros, pero tampoco están bofos. Tienen un color como sepia, que te recuerda a una foto de Joel Peter Witkin, sólo el color, no eran tan estéticos ni tan dañados aquellos bizcochos con un bronceado excepcional, que cualquier mujer envidiaría. Están cuidadosamente envueltos en un papel, algo fino y delgado, que se siente como si fuera seda, no era rasposo como todos los panques que te encuentras en cualquier panadería. Además tenían una cereza, tan roja como la sangre.
Enfrente de una librería, esta una chica que mira detenidamente cada uno de los títulos. Es una chica de mediana estatura, tiene los ojos grandes, lleva unos lentes de pasta rojos, su cabello es lacio y corto, apenas le llega a los hombros. Un pequeño fleco en la frente. Esboza una ligera sonrisa cuando ve un titulo ridículo y estupido. Lleva un vestido como de una niña, apenas le llega a las rodillas, es a cuadros, blancos y negros. Sus zapatos son planos. Negros.
Al otro lado de la calle, cruzando lentamente, viene un joven delgado. No por desnutrición, mas bien por que su complexión no le permite engordar. Tiene el pelo largo. El también lleva un fleco, largo, tan largo que le cubre casi todo el rostro. Va vestido todo de negro. Su playera parece que se la mando a hacer, le sienta perfectamente. Su pantalón es un Levi’s 527, negro. Es difícil encontrar ese tipo de color en ese modelo, pero de alguna forma él lo hizo. Sus ojos están casi cerrados. No como un oriental, y tampoco como de alguien cansado. Es mas al estilo de alguien que se acaba de levantar y le cuesta trabajo ajustarse al cambio de luz.
Era una tarde tranquila. El sol no resultaba molesto y no había que ocultarse de el. Se podía transitar tranquilamente en aquellas calles pequeñas. Las calles están un poco solitarias, tal vez es porque sea sábado y prefieran pasar el día en su casa descansando, lo que permite que el aire les de en la cara sin que algo se interponga, al menos que sea una gran construcción edificada en siglos pasados. La ciudad es antigua y no tiene grandes construcciones del siglo XXI. Guarda una belleza atrapada en el tiempo. No había ruido que perturbara la tranquilidad de los pensamientos de las personas.
El chico seguía caminando. No se podía saber a ciencia cierta lo que pensaba, pero debía de ser algo profundo por los gestos en su cara. De pronto la chica parada en frente de la librería llamo su atención. Instintivamente volteo y esbozo una leve sonrisa. Y como un acto reflejo se acerca.
- Perdóname. Te he visto y has tensado mi corazón. Eres la maquinaria de mi deseo. Y quiero mostrarte los adentros de mis pensamientos. Como vives ahí –dijo aquel joven.
- ¿Es algun poema? –contestó la chica nerviosa.
- Si, lo escribí para ti.
La chica se ruborizó tanto que parecía una manzana.
- Perdona. La emoción me ganó y ni siquiera me he presentado. Mi nombre es Aviv –dijo, mientras extendía su mano-. ¿Y cual es tu nombre?
- Malina. Mi nombre es Malina –dijo, aún ruborizada y nerviosa.
- ¿Vendrías a un picnic conmigo mañana, ahí en la colina? –dijo el muchacho mientras señalaba el lugar.
La colina no parecía tan distante de donde estaban. El paisaje se veía demasiado agradable y era justamente lo que se podría considerar romántico para una primer cita. En la cima de la colina se encontraba una catedral demasiado antigüa, casi en ruinas ya.
Malina lo medito un poco, dándole un poco de suspenso al asunto. Sabia que iba a decir que si desde el principio. Sólo quería ver la reacción de aquel muchacho ante tal espera. Sin embargo la cara del muchacho resulto inexpresiva. Finalmente dijo que si. Y fue como si Aviv se hubiera transformado de la nada. Su cara refleja una sonrisa de satisfacción y emoción. Sus ojos también se abrieron y dejaron que la luz del sol reflejara aquel brillo en sus ojos color café.
- Excelente noticia –dijo el muchacho alegremente, sin contradecir a los gestos de su cara-. Mañana será entonces. No te preocupes, yo traeré todo.
- Esta bien.
- Te veo en la parada del camión que esta al llegar a la colina. ¿Te parece?.
- Si, claro. Suena perfecto. ¿A que hora?.
- ¡Mmmmm! –meditó un poco el muchacho-. ¿Te parece bien a las doce?
- A las doce será entonces.
El tiempo apremiaba, por lo que Aviv fue a realizar las compras debidas para el día siguiente. Entró a la tienda de supermercado principal de la ciudad. Dio varias vueltas al lugar sin poder decidirse que era lo que mas le agradaría. Los minutos pasaban, y sin embargo su rostro no se inmutaba. Al parecer sólo cambiaba al escuchar buenas noticias.
Al final sólo compró una canasta, una manta, un par de jugos de diferente sabor, y una sombrilla en caso de que el clima se convirtiera hostil al día siguiente.
Regresó a su casa y preparó la canasta, que incluía los jugos, un cuchillo, un par de platos y cucharas. Todo cuidadosamente arreglado de tal forma que no se fueran a caer los jugos, ni que los platos se fueran a romper. La llevó a su cuarto, y ahí preparó su mochila. Guardó un par de libros, unas bocinas y un cristal. Después durmió tranquilamente.
Aviv despertó producto de los rayos del sol que entraban a su cuarto. Tiene la manía de dejar su ventana y cortinas abiertas, por si llega a despertarse a media noche, le gusta ver la luna y las estrellas. Eran cerca de las ocho de la mañana. Aún se quedo cerca de una hora en su cama con los ojos abiertos y sus manos en la nuca mirando hacia el techo.
Se levantó y se dio un baño, largo, como si tuviera semanas sin bañarse. Salió de bañarse y se vistió. No había cambio en cuanto a colores, ni en cuanto al estilo. Era como si todo su closet estuviera lleno de la misma ropa, como si perteneciera a una caricatura. Nunca lucia diferente. Tomó un pequeño desayuno y salió. Como no vivía lejos del lugar de la cita, decidió ir caminando.
Ni siquiera eran las doce del día, y Melina ya estaba ahí. Aviv la alcanzó a ver a lo lejos. Y aun así, siguió caminando a un paso tranquilo. Además de que tenía que pasar a comprar unos bocadillos. En especial aquellos bizcochos con una cereza. Creía firmemente que serían perfectos para la cita. Dulces y bellamente decorados y envueltos.
- Hola –dijo, cuando por fin llegó.
- Hola –respondió mientras sus mejillas chocaban la una contra la otra.
- ¿Tenias esperando mucho?
- No. Como diez minutos.
- ¿Continuamos? –le dijo y le extendió la mano.
- Si. Ella lo tomó de la mano.
Subieron por una vereda que los llevaba hasta unas ruinas. Era una casa antigüa, que al parecer tenía, por lo menos unos cuarenta años abandonada. No parecía haber una razón. Era una posición y vista privilegiadas. Y de lo que quedaba de la casa, se podía observar que era hermosa. Ahora sólo quedaban algunos cimientos cubiertos por enredaderas.
Cerca de ahí encontraron un árbol que les serviría para cubrirse del sol, que aunque no quemaba al instante, después de unos momentos, te empezaba a calar en la piel.
Extendieron la manta, colocaron la canasta a un lado, sacó su sistema de audio portátil y puso algo de música, que si uno juzga por la apariencia, espera que de las bocinas se emitan guitarras y baterías y bajos y vocales. Pero de pronto se escuchaba el concierto para piano numero 3 en Re Menor, op. 30 de Sergei Rachmaninoff, interpretado por el inigualable Vladimir Horowitz.
Aviv tomó la canasta y sacó, primero los platos, después los cubiertos, los jugos, y al final los panecillos, cuidadosamente horneados y envueltos.
- Que bonitos parquecillos. ¿Los hiciste tú?
- Te podría decir que si, pero la verdad es que los compré esta mañana antes de vernos.
- Se ven deliciosos –dijo Malina muy sonriente.
- La verdad es que lo están. En ningún lugar podrás encontrar un sabor como este -Partió lentamente un pedazo y se lo sirvió en el plato a Malina. Le acercó cubiertos en caso de que los necesitara.- Tengo jugo o café para acompañar los parquecillos. ¿Que prefieres?
- ¡Mmmmmm! Café esta bien.
Tomó un par de tazas y sirvió para los dos. Ella comenzó a degustar el parquecillo y el café, y a través de aquellos anteojos se veía como se abrían sus pupilas. Sonrío y le dijo que tenia toda la razón, sin duda eran los panecillos mas deliciosos que había probado en toda su vida.
Ahí estaban los dos. Felices, platicando riendo a carcajadas, y celebrando aquel encuentro.
Aviv tomó su mochila, y sacó una piedra cuadrada y transparente. Parecía inofensiva, y causaba una sensación extraña al estar fuera. Se concentró y de pronto y de alguna manera extraña, la piedra se iluminó, salió un rayo de la piedra, y el rayo llegaba a iluminar una rosa que se encontraba a pocos metros de distancia. Y como si fueran escáner, la imagen apareció al centro de aquella piedra. Era algo tan mágico y extraño que ella quedo sorprendida ante tal belleza. Ahí no terminaba todo el acto. Otro rayo salió de la piedra e iluminó un espacio cerca de donde estaba Malina. Una flor se empezó a dibujar en aquel espacio. Lentamente fue tomando color y forma en aquel espacio, hasta que la flor quedó totalmente dibujada a su lado. Ella, emocionada, tomó la flor y lo besó. Le dijo que era la cosa más bella que había visto en toda su vida y que también era la señal de expresión mas grande que alguien había hecho por ella.
Hizo lo mismo con un pájaro que los veía desde un punto alto del árbol. Escaneo y reprodujo aquel pájaro, negro y hostil. El pájaro subió a la rama, donde se encontraba su contraparte y empezó a darle de picotazos. Malina se limitó a aplaudir de la emoción.
Pasaron un par de horas, y ellos hablaron como si se conocieran de toda la vida. Todo se veía fluido y ameno. Había risas y muy pocos silencios. El clima también resultaba agradable. El sol era tibio como la mano de una madre cuando se posa sobre el rostro de su hijo. El cielo era azul, claro. Había nubes que se movían lentamente, no había muchas y no había mucho aire tampoco. La sombra que les proporcionaba aquel árbol resultaba fresca.
- He disfrutado y pasado un muy buen rato contigo. ¿Nos podemos ver mañana aquí mismo? –Aviv preguntó.
- No puedo. Tengo que ir a trabajar, -El siguiente día, era lunes. El pequeño y gran inconveniente.- De otra forma estaría encantada en venir aquí contigo.
Los pájaros seguían viendo desde las alturas, dándose picotazos el uno al otro. No se sabia si era para demostrar su afecto o una actitud altanera para cuidar su territorio.
- Entiendo. No importa. Lo que importa es que en estos momentos estamos juntos. Es suficiente para mi.
- Pero podemos regresar otro día.
- Si, me parece buena idea. Mañana regresare aquí, yo solo, y recordaré este día. Te mantendré en mis pensamientos para mantenerme tranquilo.
Al día siguiente, Malina, se levantó como cada lunes, preparándose para salir a trabajar. Cuando estaba a punto de irse, miró aquella rosa que Aviv le había dado el día anterior, y que de alguna manera incomprensible había sido copiada. Se sentía dichosa, y empezó a sentir como en su estomago se movía algo. Aquel chico había entrado a sus pensamientos y en sus sueños. “Iré otra vez, creo que puedo escaparme de mi trabajo por esta vez. Sería mi primera vez, no creo que haya problema alguno” pensó Malina.
Sus planes cambiaron y se vistió para la ocasión. Se puso unos jeans entubados, azules, una blusa púrpura, y unos converse negros. No maquillaje, y un peinado, que puede ser catalogado como normal, no era algo que resaltaba a la vista de los demás. Tampoco llevaba aretes, ni algun otro aditamento en las manos o en su muñeca.
Decidió ir a pie hasta aquel recinto. Llevaba la flor en la mano, que a pesar de que hacia calor, la flor no se marchitaba. Iba sonriendo, feliz. Subió cuidadosamente la colina, con sonrisa en rostro. Casi al llegar, pudo ver a lo lejos a su querido Aviv. Estaba sentado en la misma manta que el día anterior, tenia la misma canasta que había utilizado un día anterior. Todo en el mismo lugar. Mismas posiciones. Inclusive una misma sombra donde tenia la de ella. La miró a lo lejos y se preguntó quien podría ser. Su sonrisa se borró del rostro y subió mas aprisa. Se paró a lado de Aviv, y con una cara enojada atrajo la atención de Aviv, que no se había percatado de su presencia, cubriendo parte de aquella escena que compartía con una nueva compañera, con su sombra. Aviv volteó a verla y se alarmo al momento. Las dos chicas se miraron.
-¿Que es esto? –pregunto la chica con la que estaba.
- No se como explicarlo –dijo Aviv.
Las dos chicas no paraban de mirarse. Estaban sorprendidas de ver aquella imagen.
- ¿Me has copiado con el cristal que traías ayer?
- ¡Ahhh!...¡Mmmhhhh!...-Aviv no sabia que responder.
Era como si se vieran a un espejo, pero a la vez no se reconocían del todo, había algo diferente en la mirada. Sus imágenes que veían eran iguales, pero sin embargo había algo que las hacia diferentes. Era su mirada, ahí donde puedes ver el alma de la persona.
- ¿Te estoy hablando, Aviv? –dijo Malina.
- Si…te he copiado. Pero es que sólo te quería tener a mi lado…y tu tenías que ir a trabajar.
- Eso no es excusa.
- Lo sé, pero era tan difícil estar sin ti, que decidí hacerlo. Nunca fue mi intención herirte o causar una mala impresión.
- Pues lo has hecho, Aviv. Has traicionado mi confianza –dijo Malina fuertemente, mientras la otra se dedicaba a mirar.
Malina miró la flor que le había regalado Aviv. Miró a su alrededor y se sentía mareada, alcanzó a mirar a los pájaros, que se picoteaban el uno contra el otro. Uno sangraba ya, era cuestión de minutos para que perdiera la batalla, y eventualmente muriera.
La nueva compañera tomo el cuchillo que tenían para servir los pastelillos, y en un ataque de furia, le cortó la garganta a Aviv. Lentamente fue cayendo, y perdiendo la visión. Alcanzo a ver aquellos rostros, uno de odio, y el otro de preocupación. Y con lo ultimo de sus fuerzas, logró ver como su nueva compañera le clavaba el mismo cuchillo en el corazón a la Malina. Y lentamente todo se tiñó de sangre.